Estaba muy oscuro y se oían voces desde lejos.
Caminé a tientas, tuve que levantar mi vestido. ¿Por qué sería tan
largo?...
Maldita sea, iba descalza. De repente, una mano me sostiene. Me congelo
de pronto, sin saber como reaccionar. Los nervios me traicionan: tiemblo.
Aprieto fuerte mis puños, tratando de calmarme.
Él acaricia mi pelo, enviando escalofríos a lo largo de mi columna.
Ahogo un suspiro y lo siento respirar muy profundo.
¿Qué demonios esta pasando?
No puedo verlo, lo sabe. Da vueltas a mí alrededor como a punto de
cazarme. Tira de mi pelo hacia arriba, con fuerza. No grito, no puedo. Con su nariz acaricia mi nuca, como
olfateándome. Cierro mis ojos, relamiendo la sensación. Entonces, suelta mi
pelo, envolviendo mi cintura con un brazo. Me aprieta contra su cuerpo. Empieza
a besar mi cuello descaradamente; maravillosamente. Y mis brazos caen lánguidos
al costado de mi cuerpo, cuando él comienza a levantar mi vestido lentamente…
Mi corazón late con fuerza y ya no se cómo reaccionar. Se detiene intencionadamente
en uno de mis muslos y sé que espera mi resistencia. No la obtendrá, ya he
perdido el control de mi cuerpo. Apoyo mi mano en la suya y suelto el aire
contenido despacio, muy despacio.
En ese momento, suelta mi cintura, y con la mano me gira la cara, solo
para enfermarme rozando mis labios con los suyos. Acaricia concienzudamente mis
piernas mientras me muerde la boca. Y ya no puedo más, trato de girarme.
Necesito verlo. Pero tiene más fuerza de la que imagino y me mantiene así, a su
merced.
Suelta mi cara y explora mi escote, tecleando apenas como alitas de
mariposas. Me retuerzo en mi misma, necesito
más.
Intento tocarlo, pero no puedo hacer más que acariciar sus brazos.
Olvidando por completo la existencia del pudor, llevo su mano hacia mi
pecho y dejo que juegue con un pezón. Empiezo a emitir sonidos guturales y
exijo que con su otra mano vaya más allá.
Lo siento sonreír y me estremezco.
Se abre paso entre mis piernas y al sentir mi humedad se le desboca un
rugido y me gira con violencia. Me apoya con lo que creo es un árbol y devora
mi boca con un salvajismo que me dobla las rodillas.
Busco desesperadamente como sacarle lo que trae puesto y encuentro
botones, trato de desabotonarlos, pero su impaciencia es grande y los arranca.
Sonrío ante eso y lo traigo hacia mí para besar su cuello, para enfermarlo de
la misma manera que lo hizo conmigo. Me levanta el mentón, clavándome esos ojos…
Y me despierto.
¡¡¡Ay!!!
Empapada en sudor y haciendo
pucheros, todavía sentía el sabor de sus besos… Maldigo mi suerte y me levanto,
riendo de mi misma.
¿Querías más?
También yo.
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